Armemos conflicto

Las crisis económicas que sucedieron de manera cíclica durante los sexenios de los 70 y 80, propiciaron un claro descontento entre la sociedad, aunque hubo un grupo de clase media en el entonces DF que comenzó a reunirse de manera discreta y oculta de las autoridades, con el propósito de acordar estrategias para expresar su descontento con la situación del país.
Fue una época en que los siguientes términos de la jerga de los economistas sirvieron para ilustrar la condición crítica que padecían los mexicanos: carestía, inflación galopante, recesión y deuda externa.
En la deliberación de sus planes, tenían claro que –sin excepción- las actividades acordadas no serían violentas, sin embargo, estaban conscientes del riesgo latente en que se encontraban si eran reprimidos por las autoridades policiacas.
La columna vertebral del grupo era de estudiantes y profesores universitarios. Entre ellos se encontraba un profesor que era sobreviviente de la dictadura militar de Augusto Pinochet. El exiliado en México de origen judío, había recibido instrucción marcial en Israel y utilizó sus conocimientos para crear un taller de desobediencia civil de apoyo a los opositores chilenos.
Esa experiencia acumulada como capacitador de rebeldes, la vino a impartir a un domicilio ubicado en la Colonia Roma. Los ejercicios prácticos iban en el sentido de estar preparados para participar en manifestaciones en espacios públicos.
Desde recomendaciones aparentemente elementales como el uso de sombreros, gorras o bloqueador para mitigar los efectos del sol; hasta la indicación de que en caso de que la multitud fuera encapsulada y agredida por la policía, cada individuo debía tirarse al suelo sobre el costado donde se ubica el hígado en posición fetal, cubriéndose la cabeza con los brazos y los puños en la nuca para que el dolor provocado por los golpes, patadas o toletes fueran lo menos dolorosos posibles.
Aunque han pasado casi cuatro décadas del ejercicio de ese grupo, su idea de desobediencia civil no violenta se mantiene intacta y más en estos tiempos en que la brutalidad delictiva se ha desbordado en el país y que se ha visibilizado de manera especial tanto el odio feminicida como la sensación general de desamparo.
La manifestación del próximo domingo y nuestra ausencia el lunes deben ser emblemáticas para el país. Con desobediencia civil y no violencia queremos meter en conflicto a la autoridad y su oligarquía machista, colocar a nuestros gobernantes en el dilema de que ya no se permita la inmovilidad institucional e indolencia ante la tragedia que vivimos las niñas y las mujeres.
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