De la necesidad de celebrar

Por vigésima vez durante el día doy play en el Spotify a “Tu silencio” de Bebe. Disponemos los sándwiches preparados con suficiente de esa fascinante mezcla de crema de cacahuate y mermelada de zarzamora. Brindamos con tisana de menta que, además, impregna de su aroma todo el departamento.
Brinco, bailo, aplaudo, canto y, mientras me carcajeo, doy vueltas sobre mi propio eje para disfrutar la forma en que mi vestido se eleva cual torbellino. Ante mi actitud pueril Él estalla en risas. Lo sé, a mis 36 años soy una niña que a la menor provocación se emociona, juega, hace bromas y a diario encuentra cualquier pretexto para dar rienda suelta a la euforia.
El motivo del festejo esta noche es verdaderamente una simpleza, pero merece celebrarse por el sólo hecho de ser un acontecimiento importante en mi vida. Así me lo enseñaron mis Padres, sin importar el día de la semana en que caiga alguna fecha o hecho particular, desde mi nacimiento y hasta estos días en el seno familiar hay música, regalos y manteles largos por el día del médico, del amor y la amistad, aniversarios de bodas y de novios, cumpleaños, graduaciones, santos, navidad, el día del niño, de los reyes magos, la candelaria, de la mujer, del padre, la madre, los abuelos, el músico, el dentista, el comunicólogo, el locutor, la nutria, cuando obtenemos un nuevo empleo o salimos bien librados de algún siniestro; cualquier pretexto es bueno para celebrar.
A veces hay quienes se confunden y consideran que todo festejo debe llevar de por medio bebidas espirituosas, pero con o sin éstas, las formas que tenemos para ovacionar algo o a alguien son tantas como la imaginación permita, ya sea con la colorida fiesta tradicional, o bien poniéndole más amor a la preparación de una taza de té o café, compartiendo un postre, viajando, yendo al mar, al bosque, a bailar, al teatro, al cine, reuniéndose para disfrutar un buen desayuno, cocinando algo especial, compartiendo la lectura de un texto, cantando, escribiendo desde el corazón, corriendo, muriendo de risa o simplemente contemplándose a la luz de las velas… en compañía o en soledad hay que celebrar todos los días la vida que tenemos, disfrutar al máximo cada momento, hacer a un lado los miedos, enojos, las diferencias y anteponer la sonrisa, la oportunidad de compartir, de sumar personas maravillosas a nuestra andanza, y de ser felices porque si algo hay de cierto es que nadie sabemos cuándo será nuestro último día.
En muchas ocasiones mis afectos han observado que todos los días de la semana encuentro un motivo para inventarme una celebración a mi manera, y confieso que durante mucho tiempo pensé que eso era exclusivamente por enseñanza de mis padres; pero lo real es que he caído en cuenta que ese don es una generalidad que los mexicanos traemos en la sangre.
Las próximas semanas serán ejemplo tangible de lo que digo pues, históricamente, nos pintamos el rostro, ponemos la camiseta y celebramos en el Ángel de la Independencia y en las calles de todo el País los partidos jugados por la selección mexicana en el Mundial, sin importar si ganaron o perdieron; hacemos bulla del triunfo o derrota de nuestros candidatos, en septiembre somos los más patriotas para después escribir versos y colocar un altar en la festividad de los muertos. Si se trata de la fiesta de los santos patronos se echa la casa por la ventana para confeccionar los mejores ropajes, dar de comer al pueblo y a los visitantes, lanzar la pirotecnia, decorar las calles, la iglesia, picar el papel, traer las flores y hacer sonar a los mejores grupos musicales.
Cualquier motivo es válido para celebrar. Hay fiestas religiosas, familiares, populares, civiles, juveniles, paganas… todas son parte de nuestra herencia cultural y coadyuvan a fortalecer la identidad, valores, unión de la comunidad, además de liberar el espíritu a través de la música, el baile y las risas.
Dicen Amparo Sevilla y María Portal en la Introducción del libro de García Canclini: “La antropología urbana en México”, que la dimensión festiva del mexicano es uno de los temas que más atrae la atención de los antropólogos, pues en todos los tiempos la comprensión de la otredad se genera a partir de los procesos festivos.
Es natural entonces que el jolgorio popular de nuestro País haya sido relatado en las canciones de Chava Flores, a quien se le conoció como el “Cronista Musical de la Ciudad de México”, así como en la infinidad de letras de los sones jarochos, huastecos y hasta en la banda, que desde siempre han narrado y descrito nuestras formas de vida y convivencia.
Con el conocimiento o no de la importancia que tienen las fiestas para la sociedad, la realidad es que en general los mexicanos celebramos a la menor provocación, es así que el “Sistema de Información Cultural” tiene registrado que en el País anualmente se celebran 1,193 festividades, 642 festivales y 139 muestras y eventos artísticos; sin embargo, “El Portal de México” estima que son más de cinco mil festividades populares al año; por su parte, de acuerdo con las cifras aportadas por el Dr. Alejandro Mariano Pérez, sólo en el estado de Veracruz se celebran 561 fiestas titulares, 64 ferias y 43 carnavales.
Si al año sólo en el Estado tenemos casi dos fiestas por día no necesitaríamos pretextos para “armar la fiesta”, pero en caso de ser necesario, para festejar sin culpa siempre podemos apelar a la premisa de Sevilla y Portal, celebramos para “comprender al otro”.