De mi compañero de vida

Pongo pausa a la lectura que inicié el primero de enero: el Cartero de Bukowski. Me deleito con el sonido de la lluvia que cae sobre el techo de casa. Esta vez escribo en pijama y sumergida entre las sábanas de franela, frazadas y edredón; embalsamada de pies a cabeza de Vick Vaporub y acompañada por una taza de té de menta bien caliente. Sí, el 2018 lo empecé entre inyecciones y antibióticos por una severa infección en las vías respiratorias.
Concentrada en lograr respirar, aún no tengo clara mi lista completa de propósitos, pero de lo que estoy convencida es que no espero que 2018 sea un año maravilloso, sino que cada uno de nosotros debemos trabajar y enfocarnos en hacer que eso suceda.
¡El tercer día del año! y de la semana… el tres de enero es perfecto para hablar de la importancia de los compañeros de vida.
A lo largo del camino vamos sumando amistades, afectos con quienes compartimos algunos momentos y con quienes tejemos historias importantes; sin embargo, hay sólo algunos elegidos a quienes además de participarles de los buenos y malos momentos, podemos confiarles nuestros sueños, esperanzas, metas, alegrías, así como las más profundas y dolorosas penas, aquellos que nos toman de la mano y nos ayudan a crecer como seres humanos, que su ejemplo nos impulsa y sus tropiezos dejan marca en la ruta para nosotros.
En mi caso, mi compañero de vida, quien naciera el tres de enero de 1978, no sólo me eligió, sino que exigió mi llegada al mundo, amándome y cuidándome incondicionalmente, incluso antes de conocerme.
Desde mis primeros pasos es que, a su lado, aprendí a disfrutar de la lectura en uno de los momentos más íntimos de los seres humanos. Lo mismo jugábamos barbies que carritos y, cuando en alguna distracción, propia de la edad, ocurría algún accidente por el que pudieran regañarnos, por ejemplo, quemar las colchas con las que simulábamos nuestras casas de campaña o romper mi cama por brincar una y otra vez encima de ella, él se echaba la culpa para que no me reprendieran. Se tomaba la leche que nunca quise, o se levantaba a las tres de la mañana sólo para jugar conmigo y acompañarme durante el insomnio que me caracteriza desde niña.
Él es, por mucho, el ser humano más noble que conozco, el más confiable, quien mejor guarda un secreto, paciente, callado, zen… quien tiene el talento de escuchar atento, observar y razonar con esa tranquilidad que le caracteriza. Somos como el agua y el aceite, tan diferentes y a la vez tan complementarios.
Como todos los niños, mientras crecíamos tuvimos disputas, como el día que le sumió el ojo a mi muñeco Rorro, o cuando brincó sobre mi cama haciendo volar por toda la habitación las piezas que conformaban mi tarea de quebrados; pero por sobre todas las cosas siempre ha prevalecido el amor, y nada hay que no se pueda solucionar entre nosotros con un pan con mantequilla y azúcar de por medio.
Al ser una niña tímida y callada a la que todo le daba miedo, mi compañero de vida me tomó de la mano una y otra vez para ayudarme a hablar en público por primera vez, adentrarme en el bosque, aventarme de mi primera tirolesa… ha sido consejero y testigo de cada uno de mis asuntos del corazón; me enseñó a manejar y me prestó su auto para ello, a pisar el acelerador y que, cuando viera un accidente venir, no me pusiera cursi a ver mi vida pasar, sino que pensara la forma de salir mejor librada de ello, lo que me ha salvado la vida en muchas más ocasiones de las que se imaginan.
Sin lugar a dudas es el catador número uno de la comida que preparo desde pequeña, lo que algunas veces le ha dado privilegio de deleitarse con sabores maravillosos y, en otras, lo ha llevado directo al baño porque no di tiempo de cocción a los hot cakes o, simplemente la mezcla de ingredientes que elegí no era la correcta.
Quien creyó en mí y me apoyó, a pesar de todo, para entrar a la preparatoria que quería; se arriesga conmigo en cada una de mis estrategias y ocurrencias. Es quien me enseñó de mecánica, a cambiar una llanta, mi asesor en telefonía celular y gadgets, quien sale volando a rescatarme en cada siniestro automovilístico, mi cómplice en cada travesura o reto, mi mancuerna y apoyo al momento de planear escapes de mis Papás, por ejemplo, para ir a Puebla a ver a Mercedes Sosa; o para quedarme tres horas después de un concierto para entrevistar, por primera vez, a Alejandro Filio.
Quien me impulsó y acompañó a tomar medidas para los muebles de mi departamento, a comprarlos, acomodarlos y, finalmente, a dar el gran paso y mudarme a vivir sola.
Es el hombre que movió el cielo y la tierra para que en el día más importante de su vida, pudiera acompañarle al quirófano para compartir conmigo, en vivo y a todo color, el nacimiento de su hija.
Puedo llenar miles de hojas de recuerdos e historias compartidas… de virtudes de este gran hombre que Dios y la vida pusieron en mi camino para hacer de mi una mejor persona y una mejor mujer, para enseñarme que hay otros modos de ver la vida, de resolver los problemas, de subir un cerro, o de llegar a mi destino… pero el resumen de todo es que estoy agradecida por tener a mi lado al mejor compañero de vida que puede existir: mi hermano. Sin duda no sería la Y Mariana que conocen si Él, no estuviera a mi lado.
Con todo mi amor… ¡Feliz Cumpleaños hermano!