De reconstruirnos y volver a vivir

El dulce del tinto queretano La Redonda es sinónimo de la miel que se derrama en esta casa de la Ciudad de México. No hay música, pero los cantos, aplausos, risas y te amos hacen las veces de ésta. Sin duda no hay mejor compañía para estos días que la de mis tíos Lucha y Fernando, matrimonio de joven espíritu, con 74 y 101 años de edad respectivamente.
El 19 de septiembre del 85, a mis tres años de edad, desperté en su departamento ubicado en Cuauhtémoc, zona de desastre y, junto con mis Padres y mi prima Claudia, corrimos de un lado a otro buscando refugio ante el infierno que se vivía en el entonces Distrito Federal.
Desde esa fecha, a las 7:17 de la mañana ambas familias nos comunicamos para agradecer y recordarnos que estamos vivos, que como tantos más tenemos oportunidad de seguir aquí para dejar este mundo mejor de como lo encontramos y cumplir con nuestra promesa Scout.
Este año no fue la excepción y, desde el aeropuerto de Ciudad de México, envié el correspondiente mensaje a la hora marcada. Contener las lágrimas fue imposible ante los recuerdos. Para entonces, nadie sospechábamos que 32 años más tarde la Tierra nos sacudiría nuevamente empeñada en sacar lo mejor de nosotros, en recordarnos la lección olvidada y tocar nuestros corazones.
Para el momento del sismo ya estaba en el quinto piso del hotel en Villahermosa, Tabasco. Repasaba mi conferencia de esa tarde cuando todo se sacudió. Ante el desastre, la imposibilidad de comunicarnos con quienes amamos es la peor angustia. Poco a poco fueron llegando las noticias y reestableciéndose las comunicaciones. Los corazones de todo México se estrujaron con la tragedia de la escuela Rebsamen en la Capital del País, los cientos de familias que han perdido a un ser amado y/o su patrimonio aquí, en Morelos, Puebla, Oaxaca y Chiapas.
De la tierra del chocolate, pejelagartos y pozol regresé a Ciudad de México para ver a la familia y amigos y, en la medida de las posibilidades, sumar esfuerzos. La realidad me dio un golpe en la cara cuando, al sentir un poco de hambre, paré en una de las tiendas que han invadido cada esquina del País para buscar un sándwich. No sólo faltaban emparedados, sino que los refrigeradores de refrescos, cervezas y jugos estaban vacíos, los anaqueles de botanas, leche, atún, cigarros, alimento de mascotas, chicles, higiénicos y más no tenían un sólo producto. Entre lo poco que quedaba había un paquete de galletas que, al probarlas sabían extrañas, y al revisarlas supe que era el sabor de la caducidad.
Entre un recorrido y otro me ha tocado ver y sentir el dolor en el rostro de muchas personas, los escombros, calles cerradas y las señales que indican precaución; pero también veo un México lleno de fe y esperanza, un País compasivo, centros de acopio, albergues, personas que se levantan temprano para preparar comida y llevar a los rescatistas, taxistas que preguntan si tú y tu familia están bien, gente que te mira con confianza, que comparte… He tenido la oportunidad de ver jóvenes quienes hicieron a un lado la apatía y el celular para organizarse y anunciar un centro de acopio, ayudar a repartir comida, acomodar albergues y, los más fuertes, a retirar escombros.
En mi andanza por Ciudad de México he tenido la bendición de saber y ver que los míos están bien, de detenerme en los centros de acopio y sumar cada día, aportar un granito de arena para ayudar a reconstruir nuestro País, pero más allá de eso, en mi paso por esta hermosa Ciudad he tenido el gran regalo de ser testigo de la fe de las personas, de la esperanza, de percatarme que no todo está perdido, que podemos ser una mejor Nación, construir una sociedad de primer mundo, que existe la posibilidad de dejar de tener miedo, de hermanarnos, porque aún hay personas que abren las puertas de su casa para quienes necesiten, pero más allá de eso, que abren su corazón para dar amor en estos tiempos de dolor.
Estos días en la Ciudad de México me he llenado del amor de mis amigos y familia, de los cantos, aplausos, sonrisas y carcajadas; pero también me han dado amor que ha sido correspondido a personas con quienes nunca había cruzado una palabra y que hoy sé que están aquí, con el mismo objetivo: reconstruirnos y volver a vivir.
Como cantaba la Negra Tucumana: ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón.
Mi corazón para quienes han tenido alguna pérdida.
Mi reconocimiento y gratitud a cada una de las personas
que desde su trinchera ayudan a reconstruir este País.
¡Fuerza México!

Twitter: @Nutriamarina