Del amor en los tiempos del coronavirus. Parte II

Las 3:40 am. Doy Play a Tartar Tanz, de Klezmerson y me preparo un té de menta con chocolate que, mientras se infusiona, poco a poco invade el estudio con su aroma. Quisiera saber cómo hay personas que invaden las redes sociales con quejas permanentes de que están aburridas, no encuentran qué hacer o, por qué no, con videos de tik tok sin sentido. Hay quienes publican que en la cuarentena se la han pasado de la cama al sillón y viceversa; quienes ya vieron todas las series de Netflix, Prime, y piden nuevas recomendaciones porque se están picando los ojos del hartazgo, se sienten aturdidos por el encierro, traen alterado el reloj biológico, y el día se les hace eterno, a pesar de las múltiples siestas que dicen tomar.
En mi caso, y estoy segura que en el de muchas personas más, lo cierto es que quisiera hacer realidad aquello de que las mujeres somos de Venus, logrando así que los días fueran de 5,832 horas, pues lo cierto es que los de 24 cada vez resultan más cortos y eso que, hasta ahora, con trabajos me encargo sólo de mí. Admiro y aplaudo de verdad a quienes, a todas las actividades personales, suman a la agenda las de su pareja, hijos y, además, dedican tiempo al cuidado de las mascotas. Y es que entre hacer desayuno, comida, cena, dos colaciones, lavar los trastes, que se reproducen como gremlins, intentar mantener limpio y en orden todo, hacer al menos 30 minutos de meditación, otros 30 de ejercicio y, al menos un lapso semejante para ponerse presentable, mínimo ocho horas dedicadas a trabajar (que siempre suelen ser muchas más), encontrar tiempo para leer, ensayar la guitarra, escribir, crear, estudiar, comunicarse, atender las redes sociales, videoconferencias, asuntos familiares, socializar… eso por no mencionar las vueltas que se dan en vano, de un lado a otro porque, por pensar en mil cosas a la vez, cuando llegamos al punto de interés ya olvidamos para qué íbamos ahí. ¿Dormir? Confieso que mi reloj biológico ha estado alterado desde toda la vida y que mi cerebro funciona mucho mejor de noche; sin embargo, en teoría deberíamos dedicar, al menos, 8 horas diarias al sueño, pero a veces resulta un privilegio distribuir esa cantidad en tres o cuatro días. ¡No! Definitivamente el tiempo no alcanza; sin embargo, sí debo decir que, al menos a mí, sin hijos, me rinde mucho más desde que la cuarentena nos obligó a quedarnos en casa, eliminando con ello, mínimo 90 minutos diarios del tránsito vehicular.
Pero haciendo a un lado el tema de las ocupaciones, en verdad me asombra percibir que tantas personas se sienten verdaderamente incómodas en casa, equiparándolo, en muchos de los casos, a una maldición.
Canta Fito Páez que, no quejarse más del todo, es cuestión de actitud. Y en la vida todo es así, según el cristal con que se quiera ver. Si de todas maneras debemos permanecer en casa, por qué no en vez de llevarlo como una carga, lo tomamos como un tiempo de permanencia en nuestros capullos de hibernación, como atinadamente le ha denominado, Carlos González. ¿Qué pasaría si en lugar de quejarnos por todo, cambiamos el chip y agradecemos que estamos sanos y a salvo en casa?
¿Y si en vez de refunfuñar por la cuarentena, echamos a andar la imaginación, nos ponemos creativos, arrastramos el lápiz en nuestras áreas de competencia? ¿Si en lugar del challenge de tik tok, hacemos retos con nuestra familia y amigos a ver quién lee más libros en cuarentena, quién escribe uno, quién aprende o mejora su técnica en la disciplina artística de preferencia, o quién hace el mejor huerto orgánico en casa? ¿Es que en verdad no podemos salir de la cuarentena con un bagaje más amplio, con nuevos conocimientos, siendo mejores seres humanos?
Lo anterior, por decir lo menos pues, la historia, nos habla de casos en los que, durante periodo de cuarentena, algunos grandes del mundo lo cambiaron para siempre con lo que decidieron hacer en ese lapso…Es el caso de Newton quien, a sus 23 años, con motivo del confinamiento por la gran peste en Londres, se aisló por casi dos años, durante los cuales sentó las bases para la teoría de la gravedad, la de la óptica, y para el cálculo.
Por su parte, durante la cuarentena de la plaga de 1605, Shakespeare escribió Macbeth y El Rey Lear; mientras que, en el mundo de la pintura, durante el aislamiento por la gripe española, Edvard Munch se dedicó a pintar, a pesar de haber contraído la enfermedad, entregando al mundo obras como: Autorretrato con gripe española y Autorretrato después de la gripe española.
Pero también hay quienes, sin que exista enfermedad o pandemia de por medio, pusieron pausa al exterior para crear obras sin las cuales hoy, el mundo estaría incompleto. Recordemos, por ejemplo, a Sor Juana quien, en su habitación en el Convento de Santa Paula, no sólo se dedicó a estudiar astronomía, matemáticas, lengua, filosofía, mitología, historia, cocina, música y pintura, por mencionar algunas de sus pasiones, sino que continuó escribiendo poesía, comedia teatral, villancicos y obras religiosas; al Quijote de la Mancha, cuyas letras comenzaron a escribirse mientras su autor, Miguel de Cervantes y Saavedra, cumplía condena en la cárcel; o mucho más cercano a estos días, a Gabriel García Márquez, quien decidió encerrarse en su estudio de la CDMX para escribir, durante dieciocho meses, Cien años de soledad.
Si bien es cierto no todos tenemos las mismas habilidades, ni vamos a convertirnos en Premio Nobel pasado mañana, también lo es que, cuando amamos con todo el corazón cada una de las cosas que hacemos, el tiempo pasa volando; la verdadera pasión, ya sea por un deporte, cocinar, tejer macramé, escribir, hacer figuras en miniatura, estudiar algo particular, o hacer bisutería, nos impera dedicar la totalidad de nuestro tiempo a ello, nos exige aprender, empaparnos y conocer mucho más del tema, y todo día será corto para dedicarlo a eso que nos mueve y nos vibra la vida.
Y también es verdad que nos ha tocado vivir la cuarentena en medio de la comodidad, tecnología y absolutamente comunicados. Estoy convencida de que debemos agradecer que la pandemia nos llegó en el 2020, rodeados de fibra óptica, red 4G –y casi 5-, redes inalámbricas, tablets, smartphones, video llamadas, plataformas para reuniones virtuales, home office y un sinfín de clases on line; apps para pedir a domicilio desde unos churros, el último Funko Pop de Star Wars, surtir la lista del super, o hasta el más sofisticado accesorio para el auto. Con sólo un click tenemos acceso a tutoriales, recorridos virtuales por museos, bibliotecas, ciudades y hasta Países completos; música, libros, y todo tipo de industrias culturales y creativas.
Daniela Meléndez decía que es una bendición que no nos tocó la cuarentena en los tiempos de Ana Frank; yo no voy tan lejos, basta imaginar cómo serían nuestros días de confinamiento si el coronavirus, o cualquier otro mal que amenazara nuestra salud, hubiera aparecido en 1990, tiempo en que ya había Internet pero que, con su velocidad de tortuga y la de las computadoras de la época era imposible pensar en acceder a toda la información que hoy tenemos a sólo un click, menos aún imaginar ver a nuestros seres amados a través de video llamada; aquellos días en los que, para navegar, necesariamente se obstruía la telefonía de casa y lo más cercano que teníamos para comunicarnos era ICQ. Días que muchas nuevas generaciones no entenderán, pero que, sin duda, a algunos como a mí, nos hacen valorar el desarrollo y las oportunidades que nos brindan, hoy por hoy, las redes y la tecnología.
Así es que te invito a que en estos días de permanecer a salvo en tu capullo de hibernación, cambies el chip, encuentres aquello que amas hacer, lo que verdaderamente te apasiona, uses todo cuanto tenemos al alcance de un click, te pongas creativo, disfrutes y aproveches los días de quedarnos en casa, disfrutes el espacio que, con esfuerzo y amor, poco a poco has ido poniendo más lindo, y que salgamos de nuevo al mundo siendo mejores seres humanos, más productivos, pero sobre todo, más felices haciendo todo aquello que amamos y nos llena el corazón.