Del Manual de la Buena Esposa

El viento y la lluvia se apoderan de Xalapa. Alberto Vázquez canta en mi reproductor: Tu significas todo para mí. Sin importar cuándo o en dónde, siempre que le escucho pienso en Mamá. Las ideas llegan y, antes de sentarme a escribir, me sirvo un tequila.
A colación de la próxima boda de una amiga y de un curso al que asistí recientemente sobre paridad de género, el Manual de la Buena Esposa ha sido tema recurrente en los últimos días.
En el caso de mi amiga, a manera de mofa para que sepa cómo ser la esposa ideal –aunque tengo certeza de que lo será-; mientras que en el curso el ponente lo puso como ejemplo de los estereotipos y lo mucho que ha cambiado la dinámica, rol, el concepto de mujer y de esposa desde aquel 1953 en que se escribió el Manual en comento.
Inició su disertación y, a medida que avanzaban las imágenes, en medio de la risa y la indignación de muchos de los presentes por lo que se escribió sesenta y cuatro años atrás, yo pensaba en Mamá.
Tuve la fortuna de nacer en un hogar donde desde antes de mi concepción me esperaban y amaban; de tener unos Padres que, después de más de 40 años juntos, a la fecha siguen derramando miel por cada esquina. Toda la vida para mí fue normal vivir así hasta que, hace algunos años, platicando del matrimonio de mis Papás con una amiga de la oficina, me dijo: Que afortunada eres de tenerles juntos, pocos matrimonios hoy en día permanecen así y enamorados para siempre.
Hasta ese momento caí en cuenta que es cierto, en el entorno pocas eran las parejas que no se habían divorciado. Incluso, para entonces, varias de mis amigas de entre 25 y 30 años habían decidido desechar al hombre a quien alguna vez juraron amor eterno porque “no se entendieron”.
Me pregunté entonces cuál era la clave para permanecer unidos. Analicé a mis Papás una y otra vez, pero todo cuanto veía en ellos me resultaba normal pues es lo que he visto desde que nací.
Aquella mañana del curso, en medio de las risas y las críticas al famoso Manual me cayeron algunos veintes:
Mientras nos compartían los 11 puntos que lo conforman, fueron apareciendo cientos de imágenes de Mamá corriendo para tener comida y cena preparada antes de que llegara Papá, si es que ese día no le había acompañado a sus actividades o, en caso de que arribaran juntos a casa, descongelando algo de lo que, como medida precautoria, había cocinado ella misma días antes; apurándose a poner la mesa, retocar su maquillaje y peinado, perfumarse, revisar que la casa estuviera levantada, así como mi hermano y yo arreglados.
Algunas noches de mi infancia, cuando escuchaba llegar el auto anunciando la llegada de Papá, Mamá me sugería que corriera por sus pantuflas para recibirle con ellas en la Puerta y que descansara sus pies.
Recuerdo perfecto que, sin importar el día, a las ocho en punto nos servía la cena a mi hermano y a mí para que, cuando llegara Papá, le saludáramos ya en pijama y fuéramos a dormir pues, la noche era el momento que ellos se daban para platicar y compartir como pareja.
Todavía a estas alturas del partido disfruto molestarles porque no hay limón, sal o servilleta que pida Papá y que Mamá no salga a toda velocidad para acercárselo.
Cierto es que la redacción del Manual de la Buena Esposa tiene un tono por demás machista y que, muchas de sus recomendaciones minimizan el valor de la mujer; sin embargo, creo que algunas atenciones, cuando se hacen con amor, en reciprocidad y como un detalle hacia tu pareja, no tienen absolutamente nada de malo.
Lo creo porque he visto el amor con el que Mamá lo ha aplicado a lo largo de más de 40 años, porque me lo inculcó como detalles hacia la pareja a quien se ama. Lo interesante, que no he dicho es que, en el matrimonio de mis Padres, no sólo es ella quien hace magia para recibir a Papá como merece. Esos detalles cobran sentido y son sencillos de aplicar cuando él, aún después de 40 años, le sigue llegando con sorpresas cualquier día sólo por el gusto de arrancarle una sonrisa y un beso adicional. Cierto es que ella es quien corre para tener lista la comida y cena, pero él se apresura por las mañanas a fin de tener el desayuno listo para cuando ella termine de arreglarse; ella se encarga de la comida de lunes a sábado, pero la del domingo le toca a Papá; la tarea de tender la cama es compartida, como tantas otras que ahora escapan a mi memoria.
En aquellos ayeres en que la piel de Mamá se tornó delicada, Papá se aplicó a las tareas domésticas, barriendo, lavando trastes, cocinando y despercudiendo mi ropa con tal pasión que hasta hoyos le hizo.
Besarse a toda hora del día, piropearse, derretirse de amor porque se prepararon un postre, un café o el platillo favorito; alistarle el agua de la ducha, servir la comida o ayudar a levantar los trastes de la mesa… cuando se hace con amor, como atención a tu pareja y no por obligación, ayuda a mantener no sólo el hogar en orden, sino que son las puntadas de un amor que crece, se alimenta y se procura; porque la paridad de género no implica la descortesía o desatención, sino que ambos se desvivan en detalles y se cuiden mutuamente.
La lluvia escampó. El tequila me hizo entrar en calor y Alberto sigue cantando pero es hora de dormir y, para cerrar, pienso que el Manual para un buen matrimonio actual (y no sólo de la buena esposa puesto que la clave para que funcione está en los dos) lo resumiría en una frase que aprendí de Maricela López Rivas, mujer joven, inteligente, talentosa, emprendedora, exitosa, quien además es mi amiga: que tu pareja en ningún lugar esté mejor que en su casa y que con nadie se sienta mejor que contigo.

Liz Mariana Bravo Flores
Twitter: @nutriamarina
Xalapa, Veracruz