Don Sergio

Amante de la velocidad, las motocicletas (las Harley-Davidson eran sus favoritas), los aviones (los coleccionaba en versiones para armar), la cerveza (con moderación, por supuesto), los buenos libros, una buena charla, con una inteligencia sin igual… él realmente era brillante, pero sobre todo con una extraordinaria calidad humana.

Así fue Sergio Obeso Rivera. Hombre culto, pero a la vez sencillo, de trato cálido y amable. Con sonrisa de niño, pero al mismo tiempo –cuando las circunstancias lo requirieran- de carácter firme, muy firme.

Amigo no sólo de los de su oficio religioso, sino también de empresarios, periodistas, intelectuales, políticos, luchadores sociales, artistas… etc.

Un perredista xalapeño de viejo cuño nos contó alguna vez:

“Hace muchos años mi auto se descompuso en la carretera libre Paso de Ovejas-Xalapa. Revisé la unidad y no tenía compostura al menos por el momento; pedí “ride” pero tardé en que alguien se detuviera. De repente, se detuvo un auto compacto, iba un señor solo a bordo, quien de inmediato me dijo: “súbase”.

Tan luego me subí, el viejito con gorra y lentes oscuros emprendió raudo la carrera; las curvas de Cerro Gordo las recorrió rápido pero con la maestría de un piloto de Fórmula 1. Reconozco que al principio me puse un poco nervioso, pero al ver que manejaba bastante bien, me serené.

En el trayecto surgió la charla espontánea, comenzando con lo típico, el estado del tiempo, el clima, los deportes, la política…

Llegamos a Xalapa. Ya en la avenida Enríquez, le dije que por ahí me quedaba. Pero él no me había dicho quién era, ni yo me había atrevido a preguntarle. Tímidamente, antes de descender del vehículo, le pregunté:

-¿Con quién tengo el gusto?”.

-Sergio Obeso, a sus órdenes.

No salía de mi asombro. Durante 45 minutos estuve platicando con el Arzobispo de Xalapa y no me había dado cuenta. Con esas gafas oscuras y la gorra, la verdad no lo pude identificar a la primera. Y él nunca dijo quién era, o a qué se dedicaba”.

Pero así era don Sergio. Hombre sensible que gustaba conocer a la gente, platicar con los ciudadanos de a pie, para enterarse de sus problemas, de su forma de pensar. No se encerraba en su oficina o en los templos. Solía palpar la realidad circundante, personalmente él gustaba tomar el pulso de la sociedad. No tenía colaboradores que le contaban los asuntos complicados; él directamente los atendía.

Este domingo por la noche se fue un gran hombre. Católico ejemplar. Guía espiritual excepcional. Muchos, muchísimos, lo van a extrañar. Descanse en paz.