El desafío de Morena y los otros partidos

Entre los griegos, la catarsis era el proceso necesario para depurar o purgar individual o grupalmente las emociones negativas, para superar la experiencia de la tragedia, fuera real o recreada en el teatro.

Para los partidos perdedores del 1 de julio, el trágico tsunami que los coloca al borde de la desaparición –con el triunfo abrumador de AMLO y de Morena-, les está permitiendo vivir, contra reloj, el momento necesario de la catarsis: cada uno tendrá que darle forma y expresión a su propio duelo, analizar el fracaso y sus causas, leer la realidad y convertirla otra vez en recomienzo. Es eso, o asumir la práctica extinción o insignificancia de varios.

Las derrotas y las victorias políticas nunca son para siempre. Las tragedias se superan, a condición de evitar las conductas que, desde hace al menos 20 años, los partidos políticos perdedores han convertido en “los errores de siempre”:

El electorado lo tuvo claro, los partidos políticos abandonaron las demandas y pensamientos de la población y cayeron en la inercia que suele acompañar a cualquier forma de institucionalidad que pierde la visión, la fuerza y la capacidad para renovarse. La ceguera de taller, propia de quien no ve aquello que tiene demasiado cerca de la nariz, seguramente les hizo creer que al repetir los ataques a AMLO, identificándolo como el principal peligro para México podrían repetir el resultado electoral de 2006 o 2012.

El electorado descubrió mayoritariamente que el único candidato por el que todavía podía sentir respeto y confianza era el de Morena y, sin dudar, respondió entronizándolo con una abrumadora votación, otorgándole también los hilos del poder legislativo y de 19 legislaturas locales. Ahora, después del tsunami, a los partidos sólo les queda la catarsis o la simulación.

¿De qué podría estar hecha la hora de la verdad para los partidos políticos? En primer lugar, de la modestia indispensable para reconocer que enceguecieron y no quisieron darse cuenta de sus errores. Su manejo dispendioso de recursos públicos, terminó por representarlos ante la población con la frase “todos son iguales”.

No pocos de sus representantes siguen acostumbrados a viajar solamente en vehículos blindados, alejados de la gente, con proliferación de escoltas y ayudantes, presentes sólo en espacios controlados con la fingida espontaneidad de servir como escenografía para las selfies. Vimos hasta la saciedad actos “políticos” ausentes de expresión política, vacíos, como sus productores y realizadores que terminaron desfondando el oficio político dejándole si acaso el cascarón imperfecto de la forma, o ni eso.

Convertidos en gobierno, los partidos abandonaron las respuestas oportunas al manejo honesto y transparente de la obra pública, de los recursos en general, de las decisiones sobre infraestructura, administración de recursos fiscales y en materia energética. O no tenían respuestas o no supieron comunicarlas. Se dejó avanzar la duda pública sobre los beneficios de la inversión extranjera, las recomendaciones de los organismos financieros internacionales y se hizo a un lado de manera absoluta cualquier tentativa de reivindicación nacionalista.

Hasta en la negociación de la relación bilateral con nuestro vecino del Norte, la población percibió entreguismo. ¿Así pensaba ganar el gobierno una elección federal, de espaldas a la gente? La golpiza al candidato panista tampoco produjo una lluvia de votos a favor del candidato oficial.

Si los partidos y sus dirigencias se estacionan hoy en el linchamiento contra los candidatos perdedores o sus alianzas, se habrán quedado en la superficie de la catarsis. ¿Se atreverían, por ejemplo, a asomarse al escenario de ser institutos políticos sin la directa tutela económica del poder? ¿cuántos pueden reencontrar más independencia y buscar un reencuentro con las causas contemporáneas de la sociedad y del país?

Si los partidos necesitan realmente reinventarse para seguir actuando políticamente ¿qué tal si, más que una transformación, se plantean someterse a una auténtica transición hacia la democracia? ¿Qué tal si nos hablan de principios y valores incluso morales de cada uno? Los ciudadanos siempre esperaremos más y mejor en la siempre evocadora tierra prometida del bienestar nacional. Ahí puede estar su supervivencia, su triunfo y su ganancia.

Importa que volteen a ver a su alrededor. Con la forma de un partido político, Morena es en realidad un movimiento social, liderado por su caudillo. Su fuerte debilidad democrática se vio el 29 de agosto. Al tomar protesta los diputados celebraron a coro: “es un honor estar con Obrador”.

Si esos legisladores se aceptan y se comportan incondicionalmente como empleados del nuevo gobierno y carecen de empaque como representantes sociales y de capacidad de análisis de las iniciativas de AMLO, serán levantadedos para empujar cuanta iniciativa presente el gobierno y estarán cavando su tumba sexenal. Otros, si hacen bien la tarea de ser oposición y recuperar la hoy perdida identidad tendrán la oportunidad de recoger mucho mejores resultados.

(FUENTE: IGNACIO MORALES LECHUGA / EL UNIVERSAL / SEPTIEMBRE 6, 2018)