EMITIR JUICIOS A LA LIGERA

Al igual que tomamos decisiones todos los días, también emitimos juicios con regularidad durante el día, es decir, a menudo, observamos a las personas hacer algo o al momento de interactuar, de relacionarnos, al tratar a los demás, sacamos nuestras propias conjeturas o conclusiones respecto de su actuar o forma de pensar, la mayoría de las veces, lo hacemos de manera inmediata, sin detenernos a pensar, considerar, evaluar o analizar las probables causas, motivos o razones.

En la carrera de abogacía, se nos instruye en clase, para considerar la fundamentación de una acción, hecho o conducta. El papel del juzgador, es precisamente analizar los hechos, con pruebas y con la versión de ambas partes, para poder emitir una resolución o sentencia.

Hay personas que no sólo se apresuran a formular juicios, sino que además lo hacen de manera severa o como comúnmente se dice, a raja tabla; esto dificulta mucho las relaciones humanas, ya que, al formular juicios, puntos de vista, opiniones, casi de manera exprés, frecuentemente se hace sin conocimiento de causa, generando con ello, que éstos disten mucho de la verdadera razón de la forma de actuar, de pensar o reaccionar de los demás. Definitivamente, en estos tiempos, el reto del hombre será convivir.

En la familia también sucede esto con frecuencia, que pensamos que nuestros familiares hicieron algo o dijeron algo que causa problemas o simplemente pensamos que actuaron sin pensar que estaba mal o peor aun, que actuaron deliberadamente en contra de las reglas de la familia o de los acuerdos o principios que rigen a todos; por ejemplo, cuando los padres reprenden o castigan a sus hijos por no obedecer de inmediato o por hacer algo contrario a lo que se le había pedido. El peor caso es cuando uno de los padres le pide hacer una cosa a su hijo, y antes de hacerlo o en camino a ello, el otro le pide otra cosa y parece que no hubiera querido obedecer a uno de los dos, entonces viene el regaño sin indagar mucho o preguntarle qué paso? antes de sacar conjeturas erróneas, haciendo un juicio rápido pero no fundado en la verdad.

Les quiero compartir una reflexión que aplica mucho como ejemplo, la de la bolsa de galletas… una mujer llegó a la estación, pero el tren en el que ella viajaría se retrasó aproximadamente una hora. La señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo. Buscó un banco en el andén central y se sentó preparada para la espera.

Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente, la señora observó cómo aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente. La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de cuenta que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos, la puso en su boca y sonrió con una mueca. La señora ya enojada, tomó una nueva galleta y, con sensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho. El diálogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente. Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta. No podrá ser tan descarado, pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas. Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió exactamente por la mitad. Así, con un gesto amoroso, ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco. ¡Gracias! dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad. De nada, contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad. Entonces el tren anunció su partida… La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el andén y pensó: ¡Qué insolente, qué mal educado, tenía que ser de nuestro mundo! Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas intacto.