Excusatio non petita, accusatio manifiesta

Estela Casados González
En nuestro país inicia una jornada electoral calificada como histórica y, con ello, entra a escena un tema bastante llevado y traído en los últimos tiempos: la violencia política contra las mujeres.
Medios de comunicación, personalidades que dicen liderar opinión, la población votante y los propios partidos políticos comentan hasta el cansancio tanto las virtudes como el “pasado tormentoso” de aquellas que se atreven a contender por un puesto de elección popular.
Las personas que participan en una contienda electoral saben de antemano que su vida personal será objeto de escrutinio público, aún más que sus propuestas de trabajo y capacidad para desempeñarse debidamente en un cargo. Ese es el patético juego mediático al que nos hemos prestado las y los votantes y que, en buena medida, permea las decisiones que se depositarán en las urnas.
Situación peculiar padecen las candidatas. Con partido político o sin él, siempre se les procura un trato discriminatorio, difamatorio y sexista. Sin importar mérito o inconsistencia política, los medios de comunicación les dispensarán los adjetivos misóginos de rigor.
Esto también ocurre cuando no es periodo de campañas (¿y cuándo no lo es?). Desde los medios de comunicación, tanto hombres como mujeres reciben un trato vejatorio que no es en razón a sus propuestas políticas, sino por un sinnúmero de aspectos personales que no deben importar en tanto que no interfieren con dichas propuestas y posterior desempeño.
Nuevamente, ellas se llevan la peor parte y son doblemente discriminadas por ser mujeres y, con ello, consideradas arribistas del quehacer político.
Lo cierto es que hay un derecho de piso que pagamos las ciudadanas que migramos de la esfera doméstica hacia el ámbito público. No importa que no tengamos militancia partidista. Nuestra presencia fuera del hogar es un acto político porque nunca se pensó que solas camináramos las calles, iríamos a la escuela, trabajaríamos para ganar nuestro propio dinero o que ocuparíamos una curul.
Por eso tanta agresión y tanta desconfianza.
La violencia política que viven las mujeres no se reduce a la experiencia vivida por aquellas que pertenecen a un partido político o que por la vía independiente se postulan a un cargo de elección popular.
El quehacer político no se reduce a lo que acontece en un partido. Es aquello que las mujeres hacemos desde los espacios que nos han sido asignados históricamente: nuestros hogares y colonias, desde el corazón de nuestra convivencia familiar cuando luchamos porque se nos permita estudiar, decidir cuántos hijos tener, abandonar una relación que nos reduce a ser el objeto que recibe los golpes que nuestra pareja quiere propinarnos.
Así, lo personal es político. Y trascender la esfera de lo íntimo lo es aún más.
A fuerza de columnas, notas y reportajes manufacturados sin la mayor indagación y rigurosidad periodística, se ha ejercido y, con ello, visibilizado la violencia hacia las que militan en el quehacer político formal. Sin embargo, no son la únicas.
Los casos de aquellas que desde la academia, las redes de mujeres o el quehacer artístico son denostadas por los aparatos de la política formal, llámense instancias gubernamentales o medios de comunicación, son bastante comunes y padecen los mismos patrones de discriminación.
Lo anterior sin olvidar a las ciudadanas que cotidianamente se enfrentan a la agresión y maltrato de servidores públicos en hospitales o en las fiscalías; que son vistas como objetos. Un par de tetas y nalgas que transitan en las calles y que pueden ser abordados y tocados en la vía pública. Violencia física y sexual que se empalma con la necesidad de arrebatar su esencia humana.
Muchos medios de comunicación y quienes conforman su vida y presencia, justifican la inercia de la violencia y lo ven como una situación inevitable, cuya culpa recae en los partidos “por incluir” a mujeres en sus filas. Es culpa de las que han pretendido pisar la arena política. Es culpa del avance de las mujeres y del mundo civilizado, pues.
En esta lógica, el trabajo periodístico se ve reducido al trato misógino del tema político.
A disculpa no pedida, acusación manifiesta.
Quienes consumimos medios de comunicación nos asqueamos de estas justificaciones que no cumplen con el principio básico de informarnos y que, al contrario, fortalecen el contexto de violencia que vive la sociedad. No se trata de que envuelvan en oropel a las actoras políticas. Se trata de rigor periodístico; simple y llanamente.
Hace unos días se presentó el estudio “Violencia política contra las mujeres en contenidos mediáticos”, el cual fue coordinado por Elva Narcia Cancino. A partir de un monitoreo de medios en cuatro estados del país, documenta la violencia política ejercida contra funcionarias y candidatas. Lamentablemente, Veracruz sobresale en ello. Es un texto que muestra información actualizada sobre este tema y que analiza el nada honroso quehacer de la comunicación en la construcción del mundo de discriminación y sexismo en el que hoy en día habitamos.
Esperemos que los medios locales reviertan esta situación y aporten en la construcción de una sociedad igualitaria y justa.