La extradición de Lozoya

Escribo esta columna el jueves al mediodía, al mismo tiempo que un avión Challenger 605 de la Fiscalía General de la República ha girado sobre Santiago de Compostela y dejado atrás las Rías Altas de la costa gallega de La Coruña. Se encuentra ahora a casi 11 kilómetros sobre las frías aguas del Atlántico Norte y trae abordo a Emilio Lozoya Austin.
Cuando ese jet aterrice en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México –tras alguna probable escala técnica en Canadá- traerá consigo a uno de los emblemas de la corrupción en el sector energético en el sexenio pasado.
Para las y los mexicanos que creemos en la justicia es crucial juzgar a Emilio Lozoya, pero más importante aún es recoger su testimonio sobre un juego de ajedrez donde era uno de los valiosos alfiles, pero no el rey.
Citando a los nuevos clásicos: no tenemos pruebas, pero tampoco dudas. Ahora Emilio Lozoya está en condiciones de darnos las pruebas de cómo funcionaba la maquinaria de la que era un aceitado engrane. Lozoya no actuó solo y tiene mucho qué decir, mucha gente qué señalar.
La impunidad en nuestro país era tal, que México era el único país donde operó la corrupción de Odebrecht en el que ningún funcionario había pisado la cárcel.
En Perú, por ejemplo, el salpicadero alcanzó niveles dramáticos como si fuera una emocionante serie de Netflix: un Presidente en funciones tuvo que renunciar y tres expresidentes y una exprimera dama fueron procesados. Uno de ellos, Alán García, se suicidó de un tiro en la cabeza cuando la policía allanó su casa para detenerlo.
En Brasil, en Colombia, en Panamá, en El Salvador, en todos lados hubo gente en la cárcel, menos en México.
¿De qué trata la trama de Marcelo Odebrecht? Operaba de una manera muy simple: entregando dinero para las campañas políticas a cambio de contratos ventajosos con el gobierno, de manera subrayada en el sector energético y de las obras públicas. Lozoya, por ejemplo, levantó maletas con 9 millones de dólares.
Por si fuera poco, sobre Lozoya pesan otras acusaciones que no tienen relación con Odebrecht y que se refieren a la compra de una planta de fertilizantes chatarra a precio de nueva, con la debida comisión de por medio de parte del vendedor.
La llegada de Lozoya levanta sentimientos encontrados entre la gente de bien. Por un lado, esperanza y alivio de ver que las cosas en México han cambiado y que ahora existe un auténtico compromiso por erradicar a la corrupción. Por otro lado, una inevitable tristeza por recordar el grado de corrupción que llegamos a padecer durante décadas.
Lo peor es que no es solo el dinero robado, sino el daño estructural a una industria energética orgullo nacional que nos entregaron hecha pedazos y que ahora se está trabajando en reconstruir.
*Diputado local. Presidente de la Mesa Directiva.