No jures el nombre de AMLO en vano

En días pasados, un amigo, tenía que tomar un autobús en la central de la CDMX de regreso a Xalapa, desde su casa abordó un taxi. El operario de la unidad, por cierto de nacionalidad venezolana, pronto se vio interrogado por mi amigo sobre la grave situación que se estaba viviendo en su país… palabras más palabras menos y luego de contar como llegó hasta acá, terminó en una patética reflexión sobre todos los venezolanos: la verdad -dijo en su acento caribeño- los venezolanos somos muy corruptos y narró varios casos al respecto. Para ese entonces habían llegado a la central y por descuido entraron a un carril prohibido del metrobús y, para peor suerte, se toparon de frente con una patrulla de tránsito…

…De la patrulla descendieron 2 oficiales. Inmediatamente el venezolano, como chofer y responsable del delito, se bajó del taxi para identificarse por fuera del automóvil junto a la puerta izquierda que cerró al bajarse, bajo la mirada inquisidora del oficial mostró sus credenciales quien procedía, con libreta en mano, a apuntar los números de la placa y probablemente elaborar la multa correspondiente. Poco a poco, se alejaron de la puerta dejando espacio para que, el otro oficial que era de mayor rango y no mayor de 50 años, con un rostro de ahora si ya me los chingué, metiera casi la mitad de su cuerpo a través de la ventanilla y espetara:

¡Mi jefe! dijo el oficial a mi amigo ¿qué no está viendo que está prohibido? y ha de saber que por esto, la multa son 2,500 pesos. Acto seguido, lentamente, sacó el cuerpo del automóvil e indicó al chofer, que aún discutía con el otro oficial, que subiera al carro para trasladarlos al corralón; era el inicio del rito de extorsión.

Comenta mi amigo, que de él se apoderó un profundo sentimiento de impotencia, acompañado de rabia, pues sabía que podían ocurrir eventos sumamente desagradables y perniciosos, tanto para él como al chofer mismo. ¿Qué hacer? ¿caer en el mecanismo de la corrupción, ofrecer, cuánto? ¡Nooooooo! diría #yasabesquien, así que recurrió a él.

¡Disculpe oficial! sonó su voz, mientras enseñaba el boleto de viaje.

Soy comisionado de AMLO en Veracruz y salgo en 15 minutos para allá, el autobús no tarda en partir, me toca ir a organizar el evento donde él tiene que estar proponiendo la creación de la nueva refinería de PEMEX, y ¡oooh milagro!

Como si Juan Diego hubiese escuchado la voz de la Virgen Morena, como si sus ojos hubiesen visto la luz tras salir de la caverna, una auténtica hierofanía auditiva atravesó el tímpano y el entramado neuronal del oficial. Se arregló la cachucha, se estiró el uniforme y como si viera a AMLO en persona dijo:

¡Sí mi jefe! ¡disculpe usted! que bueno que el presidente va a construir las refinerías, pero le pido un favor -para ese momento su voz de autoridad había mutado a la de cualquier solicitante en este país precarista- dígale por favor que nosotros pagamos las llantas, la gasolina, nos venden los uniformes y de plano, con lo que nos pagan no nos alcanza, dígale eso para que nos ayude.

Mi amigo asentía con la cabeza, trataba de contestar un tanto consternado, pero el oficial no dio tiempo a diálogo mayor, simplemente le dijo al chofer ¡Sígueme! y la amenazante patrulla se convirtió con sirena y todo, en el salvoconducto para llegar a tiempo a TAPO.

No jures el nombre de AMLO en vano… No jures…

La liturgia política hace que de manera inconsciente el ciudadano acuda a ritos que poco tienen de democráticos; entendiendo la democracia como una participación activa e informada que permita construir un buen gobierno; es decir, que se acuda a las urnas conociendo el perfil de los candidatos y su plataforma política y se vote por los mejores y las políticas públicas que garanticen un mayor bien común.

La conducta gregaria de la raza humana y después las asimetrías en la educación, más los modernos métodos de la sugerente propaganda, hace que la democracia moderna carezca de certeza para construir exactamente eso: un buen gobierno. Como toda liturgia, las prácticas del rito, se vuelven automáticas, como persignarse, hincarse, repetir de memoria el credo o decir: ¡Por diosito, lo juro!

Con las conductas políticas está sucediendo lo mismo y sobre todo, cuando una corriente o un grupo es hegemónico. No debe de extrañarnos, aunque no es lo mejor para la democracia de un país, que los adversarios del candidato ganador se vuelvan conversos y terminen apasionadamente defendiendo a quien antaño era o representaba su demonio; igual que aquellos judíos conversos que eran obligados a renegar del judaísmo y aceptar el cristianismo y que para evitar ser quemados en la hoguera, se volvían más papistas que el papa.

Así, podemos ver en el ambiente nacional que, a diferencia de una madura democracia donde prima la igualdad, los fenómenos sociológicos actuales se refieren a un solo hombre: AMLO, y que la simple mención de él, obliga al oyente a modificar su conducta y asumir como una verdad irrefutable lo dicho por quien invocó fehacientemente a AMLO (Argumentum ad verecundiam)

Como en la conducta religiosa, la política se comporta igual, pues jurar el nombre de dios en vano ha perdido sentido ante la conducta moral que la misma iglesia y sus curas pederastas se ha encargado de diseminar… en la política, traer “charola” falsa o verdadera, atribuirse representaciones ilegales, asumirse diputado, senador, gobernador o achichincle de cualquiera o de cualquier cosa, en el momento preciso, implica la dominación gregaria del otro… como cuando uno ve persignarse a otro y de manera automática se persigna uno.

Mil historias están sucediendo que hablan de nuestra precaria democracia y falta de cultura ciudadana… en otros países, la simple mención de algún político hubiese hecho reaccionar al agente y decir: -¿Me está amenazando?- y eso hubiese bastado para que cumpliera con la ley… pero nuestra ley como los diez mandamientos no se cumple.

El verdadero poder soberano está en las leyes que realmente representan al pueblo y en su abstracción rigen para todos y todas; el que en determinado momento sean hombres de carne y hueso quienes las tienen que vigilar que se respeten y se cumplan es contingente (casuales), obviamente si ética y moralmente el agente es malo e incorrecto, la leyes encontrarán un camino retorcido para que cumplan su fin; si por el contrario, el agente es moralmente bueno y éticamente correcto: ¡Las leyes garantizarán el pleno disfrute de la libertad y los bienes justamente adquiridos!

Obviamente esta conducta social nada tiene que ver con AMLO, es la herencia de cientos de años de formas de poder hipostasiado con la religión, de aquellos poderes derivados de dios, como don divino que obviamente laceran una cultura democrática y que encuentra en la cultura religiosa del mexicano, resortes psicológicos que lo hace actuar igual.

El ciudadano no cree en su poder, está enajenado, alienado y cede su poder a otro sin cuidar que lo represente correctamente; la multitudinaria democracia ha roto la democracia face to face y simplemente se ha convertido en religión, es decir, se mueve por la fe y no por la razón.

Ante la nueva realidad política estaremos viendo la crisis de esa añeja cultura de devoción y sometimiento por una de razón y libertad, la cual, debe permitir que el poder político esté al servicio del pueblo y sea este quien lo vigile y lo controle… más allá de los pesos y contrapesos que implica un sistema tripartito.

Hemos acordado, mi amigo y yo, que si volvemos a escuchar que las cosas se hacen a nombre de AMLO y no del poder popular… miraremos a quien lo diga con nuestro gesto más duro y de reproche:

¡No jures el nombre de AMLO en vano!

(Isael Petronio Cantú Nájera/ Facebook)