¿Para qué sirve una pandemia?

El surgimiento de un virus altamente contagioso y letal como el Covid-19 obligó primero a declarar una cuarentena como medida urgente, pero con el paso de las semanas los gobiernos vieron cómo no sólo se acumulaban cadáveres sino que la economía también comenzaba a dar signos de agonía, así que, con diferentes programas, estrategias y nombres buscaron la reactivación de las actividades productivas. Esta apertura se dirigía a la economía y no a flexibilizar la vida social; tuvieron que pasar días y el incremento de contagios para volver a decir a la población que el confinamiento debía continuar.
En los más de cuatro meses que dura ya esta situación, la pandemia ha servido para muchas cosas.
En primer término se le ha usado como ring de boxeo. Los grupos opositores a los gobiernos han criticado las decisiones de los encargados de las decisiones de sus países, sólo es cuestión de darse una vuelta por los diarios de otros naciones. Eso sí, las críticas tienen algo en común, señalan el error, implican que el grupo o partido al que pertenecen lo haría mejor pero no hacen propuestas. La crítica generalmente va encaminada a desgastar la imagen del oponente para que le vaya mal en la siguiente elección y aprovechar así esa oportunidad política.
El caso de México ya ha sido comentado por muchos analistas, pero no se puede dejar de mencionar la singularidad de mantener una conferencia de prensa diaria para reportar la situación de la pandemia.
Eso no ha obstado para cuestionar las cifras y criticar las acciones. Los datos siempre serán cuestionables y en todo caso serán una aproximación, pero no siempre por intereses ocultos, sino porque no se cuenta con un sistema altamente eficiente. Además, se detectó que muchos familiares pedían a médicos particulares no indicar Covid-19 como causa de fallecimiento para poder hacer un funeral normal a la persona fallecida, aunque eso significara un riesgo de salud mayor. En las redes, en cambio, incomprensiblemente, hubo quienes aseguraban que los médicos asentaban que la causa de muerte era Covid.19 aunque no fuese así, nunca se supo el por qué. Quizá sólo sembrar la desconfianza.
Otro caso del uso político de la pandemia, fue la forma en que el presidente municipal priista de Motul, Yucatán, pidió ayuda al gobierno federal. Motul tiene 50 mil habitantes y el presidente municipal asegura que el hospital del IMSS de la zona está rebasado por los casos de coronavirus. Ante esto ofreció un terreno de su propiedad para que se construya un hospital pues el con el Covid-19 “nos va a llevar la chingada”, aseguró el alcalde. Todavía no se sabe si el lenguaje florido le ayudará a que se atienda su petición.
Los hospitales mexicanos no han reportado insuficiencia generalizada de espacios para contagiados, como ha ocurrido en otros países, donde los cadáveres se abandonaban incluso en las calles, aunque sí ha sido una constante la falta de insumos y de equipo, pero aunque ese no fue un problema nuevo o producto de la pandemia sino de años de abandono del sector, sirvió para lanzar dardos venenosos. Así, un día tras otro se leen las críticas contra las autoridades de salud, algunas válidas, otras —las más— cargadas de ponzoña. Se ha dejado de lado, por ejemplo, resaltar las enfermedades previas que determinaron la letalidad del contagio como la diabetes, la hipertensión y el sobrepeso. Ahora las refresqueras se dan por ofendidas, cuando ellas han sido las causantes de gran parte de la obesidad en nuestro país. En los pueblos más remotos puede faltar el agua potable, pero refrescos de cola y papas fritas casi nunca.
Surgieron las curas milagrosas. La mismísima secretaria de Gobernación aseguró que no usaba cubrebocas porque estaba blindada contra la enfermedad gracias a que tomaba gotas de nanomoléculas desarrolladas por una bioquímica, aunque reconoció que no era una cura. La chunga que se desató fue colosal. Las nanomoléculas sólo fueron superadas por la recomendación de ingerir Lysol, es decir, cloro, del presidente de Estados Unidos Donald Trump. Lo más espectacular es que sus seguidores lo aplaudieron. Después vino la propuesta del dióxido de cloro, sin ningún estudio que lo respaldara, pero en las redes se distribuyó ampliamente esta recomendación tanto para prevenir como para curar la enfermedad. Otras versiones de cura también han tenido cierto eco en las redes y, siempre también, audiencia dispuesta a creerlas.
Sin duda, el confinamiento dejó tiempo libre a muchas personas asiduas a las redes, inclinadas a repetir todo lo que les parecía bien o estaba acorde con sus creencias o militancias.
Así, se extendió la versión de que la cuarentena era una estrategia del gobierno para mantener encerrada a la gente. No se decía con qué fines, pero se afirmaba con tal convicción que era suficiente para compartir la versión.
Los religiosos, especialmente los católicos, aprovecharon la pandemia para llevar agua a su molinito culpígeno y misógino. Un sacerdote afirmó que Dios había enviado el coronavirus para hacer que las mujeres regresaran a las tareas del hogar, las que nunca debieron haber abandonado. Fue criticado, pero la verdad, no con la fuerza que se hubiera podido esperar. Es como si la pandemia no sólo nos puso en cuarentena sino que nos sumió en un letargo donde todas las versiones sobre cualquier cosa cabían.
Como lastimoso complemento de esta versión, lo que sí hubo fue un alarmante aumento de la violencia contra las mujeres recrudecida por el confinamiento. Fue más lastimosa y decepcionante la indiferencia del gobierno federal, con un golpe adicional, el recorte presupuestal a los institutos de las mujeres.
La cantidad de memes sobre la educación en línea dejó ver la desilusión de los jóvenes con la instrucción a distancia. Este recurso que aparentemente podía ser el salvavidas para no perder el ciclo escolar exhibió que la instrucción pública, especialmente la básica, no estaba preparada para recurrir a la educación en línea. La opción fue aprovechada por las instituciones que antes de la pandemia le habían asignado tiempo y recursos a esta forma de instruir. En los poblados lejanos a las urbes, la educación en línea se limitó a instrucciones enviadas vía correo electrónico o whatsapp. La próxima prueba PISA dará constancia de esto.
La pandemia también mostró una faceta incomprensible del ser humano. El rechazo a usar cubrebocas. Se trata de una rebeldía insondable, que puede relacionarse con la falta de instrucción, pero no únicamente. Los razonamientos eran, cuando se daban, que eso (el virus) no existía hasta la convicción de que una fuerza superior impediría el contagio. Surgieron explicaciones “científicas” de por qué era contraproducente usar esta protección, que se compartían profusamente en redes. Y así, seguimos viendo por la calle gente sin cubrebocas. Familias donde sólo lo lleva la persona de la tercera edad, como si con eso en verdad la protegieran, o lo llevan los adultos, pero no los niños. El presidente de Brasil no la utilizada y dio positivo a Covid-19, Trump se resistió hasta que ahora, seguramente para apuntalar su campaña, afirma que usar cubrebocas es “patriótico”. En México es un misterio por qué AMLO no utiliza esta protección, a contrapelo de la recomendación de sus propios funcionarios de salud.
Al igual que durante la Gran Depresión, parece ser que el hecho de tener un futuro incierto y una esperanza de vivir que pende de un hilo, orilló a las personas a transgredir normas con tal de realizar convivios donde abunda el alcohol. Disfrutar el momento, porque no se sabe si habrá mañana. En sus cuentas, los jóvenes comparten fotos de fiestas muy etílicamente animadas. En la ciudad de Tlacotalpan, Veracruz tuvo que intervenir el ejército para cerrar bares a los que acudía no sólo gente del poblado sino de lugares aledaños porque se corrió la voz de que allí se podía ir a beber. Fue necesario imponer ley seca para que la venta de alcohol se cancelara los fines de semana y se restringiera el horario el resto de los días, con la finalidad de limitar las reuniones. El tema del desabasto de cerveza se mantuvo por varias semanas en las redes y menudeaban las versiones sobre esto. Desde la falta de producción para proteger a los trabajadores de la industria hasta conspiraciones para favorecer a ciertos políticos, pasando por una serie inusitada de explicaciones.
Otro misterio que deja la pandemia es por qué 58% de los enfermos se niegan a proporcionar información que permita el rastreo de las personas con las que convivió para ponerlas en cuarentena y proteger a otros posibles contagiados. No se trata de una delación, ni para castigar un delito (quizá pudiera poner al descubierto algunos pecadillos), la finalidad es detener los contagios, pero los enfermos no están cooperando.
La noticia de que tres proyectos de vacuna pueden ser exitosos quizá nos salven de esta tragedia mundial, porque ese ideal de que una catástrofe compartida nos puede hacer mejores seres humanos, nada más no se ve.
ramirezmorales.pilar@gmail.com