Selfies

Hay un pasillo en mi casa tapizado de fotografías y en ninguna aparezco yo. A pesar de ello, de vez en cuando me gusta observarlas, evocando imágenes de pasillos más grandes, antiguos y elegantes, tapizados no de fotografías, sino de pinturas en marcos ostentosos.
Me gusta pensar en todo el tiempo transcurrido para que el ser humano pudiera representarse en una imagen con tanta facilidad. De pagar a un pintor y posar durante horas y días al lado de un caballo o un galgo, ataviados de púrpura y oro, hemos pasado al pasillo de mi casa donde las fotografías me hablan de cotidianidad. De los pasillos largos y majestuosos, pasamos al de mi pequeño hogar, donde la historia que se cuenta es personal y no generacional.
Sin embargo, estas fotografías ya tienen su aire de anticuadas. La historia que cuentan se detuvo en algún punto antes del término de la primera década del 2000 y hoy, representarse es incluso más fácil que entonces, pues ya todos traemos en el bolsillo una mini cámara integrada al teléfono. Incluso, ya ni siquiera es necesario pedirle a alguien que nos tome una foto, pues basta con solo darle vuelta a la cámara y un click.
Hemos llegado a la era de la selfie. Y de que pensemos en egolatría, banalidad, inseguridad, etc. En nuestras selfies no hay armiños, galgos o corceles, sino únicamente nosotros. En ocasiones, nos acompañamos de algún elemento que al igual que el armiño o el corcel de los reyes de antaño, relate quiénes somos.
Veo una selfie. Ella, quinceañera, una sudadera, cabello rizado, sonríe, saca la lengua, forma una “v” con los dedos de su mano derecha. Atrás, su probable cuarto. Ella, en su espacio privado, jugando a algún día recordarse como joven, divertida, despreocupada, siendo bonita y lúdica mientras se tomaba la fotografía.
Pasaría de largo si no fuera porque bajo su imagen hay unas palabras que no corresponden al tono con que fue tomada: “Ayúdanos a encontrarla”. De repente ya no es una selfie, sino un collage entre la desesperación y la inocencia.
Solo entonces me doy cuenta de la cantidad de selfies que se ven en los anuncios de “se busca”. Y pienso en todos momentos íntimos que terminaron convertidos en ruego.
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