Traición, cerveza y aguardiente enmarcaron la muerte de Emiliano Zapata

Al llegar el cortejo que llevaba el cuerpo de Emiliano Zapata al panteón de la ciudad de Cuautla, Morelos, allí, arrodillada se encontraba una señora que derramaba un silencioso llanto. El féretro fue descendido por los enterradores; antes de que éstos tiraran la tierra sobre el ataúd, aquella mujer se irguió, tomó un puñado de tierra y lo arrojó sobre la caja. Después se retiró, enjuagándose con la punta de su rebozo las lágrimas.

Emiliano Zapata murió el 10 de abril de 1919, el líder guerrillero de la Revolución Mexicana cayó ante las tropas de Coronel Jesús Guajardo; si bien la noticia fue motivo de alegría para el Gobierno, los pobladores, que estaban junto al revolucionario, fueron los que padecieron de esta terrible noticia, con la que muy probablemente se daba fin al movimiento zapatista.

En las páginas de El Universal del 11 de abril de 1919 se cita: “Las tropas del General Pablo González han logrado un éxito en su campaña contra el guerrillero. Los soldados del Coronel Jesús Guajardo, haciendo creer al enemigo que se rebelaban contra el Gobierno, llegaron hasta el campamento de Emiliano Zapata, a quien sorprendieron derrotándolo y dándole muerte. Su cadáver fue traído hoy a esta ciudad (Cuautla)”.

En ese entonces, el presidente de México, Venustiano Carranza, recibió una carta del General de División Pablo González, jefe del Ejército de Operaciones del sur, comunicando la muerte del luchador agrario.

En el documento, el C. Coronel Jesús Guajardo le indicó a Carranza que el cuerpo de Zapata llegó a Cuautla a las 9:30 de la noche.
Zapata, la “bandera de la irreductible rebeldía de esa región”, como lo nombraban, fue muerto en combate junto con otros tres hombres. Fue inyectado y preparado para que le tomaran fotos y así, se confirmara su muerte a nivel nacional.

Para el 11 de abril de 1919, anuncian: Emiliano Zapata, derrotado y muerto por tropas del General Pablo González.

“Emiliano Zapata, el jefe rebelde más tenaz de la región suriana, ha muerto ya; el zapatismo, sin su viejo hombre-bandera, ha terminado, y definitivamente vendrá, a la extensa y feroz región de donde imperó, el pánico y el crimen, la deseada tranquilidad de todos. Morelos, Guerrero y Puebla, que sufrieron tanta tenacidad y perjuicios tanto de los alzados verán pronto extinguida formalmente la amenaza de sus intereses y la inseguridad de sus vidas”.

Ruda y larga fue la lucha y la persecución del más rebelde de los jefes revolucionarios que hicieron armas a la dictadura del General Díaz; para al fin, conseguirlo. Sangrienta y dolorosa fue la pérdida de hombres en la persecución del grupo zapatista y de su jefe, pero la República recibió el beneficio de la desaparición del peligro.

El plan mortal, en tratos con Zapata

Para 1918, Emiliano Zapata era un guerrillero con un futuro poco prometedor, pues su movimiento fue una manifestación del descontento campesino ante las constantes batallas; pocas municiones, muerte de cabecillas importantes y la ley agraria del presidente Venustiano Carranza que apaciguó la causa suriana, contribuyeron a que para aquel año no se llegara a consolidar una real organización político-militar.

Siendo una rebelión de masas campesinas, se limitó a realizar su guerra de guerrillas a partir de 1918. El combate por parte del gobierno tomó perfiles despiadados, fue el General Jesús Guajardo quien le hizo creer a Zapata que estaba descontento con el gobierno de Carranza y que estaría dispuesto a unirse a él. González, jefe de operaciones del Ejército del Sur, por meses planeó la forma de dar el golpe mortal que pondría fin al revolucionario.

De acuerdo a declaraciones que Guajardo hizo al corresponsal del El Universal de ese año, Zapata ordenó al General atacar la plaza de Jonacatepec, municipio del estado de Morelos.

Zapata visita Jonacatepec

Emiliano, desconfiado del nuevo aliado, no quiso perderle de vista. Y desde la cima del Peñón de Jantetelco presenció el ataque de Jonacatepec, atestiguando que realmente se hiciera lo que él pidió. Vio cuando los aliados entraron a la ciudad conquistada a sangre y fuego, y avizoró la fuga de los defensores. Y una vez que recibiera el aviso de la victoria, seguido de su Estado Mayor y de su escolta, descendió del Peñón y se dirigió a municipio de Morelos.

Emiliano Zapata permaneció en Jonacatepec hasta el día siguiente. Ya junto con su tropa, acompañado por Guajardo y sus escoltas, se dirigieron hasta Petlalcingo, Puebla, donde tenía su campamento.

Había llegado el momento culminante. El coronel Guajardo hizo que algunos de sus hombres trataran de mezclarse con los zapatistas para, así, conocer sus proyectos. Así fue como se enteró que los consejeros de Zapata le dijeron que no confiara en él. Supo que ya se murmuraba de esta alianza en la que no creían los amigos de Emiliano, así como que tuviera cuidado con “el nuevo aliado”.

A beber cerveza y aguardiente

El 10 de abril Guajardo mandó un emisario a Zapata, manifestándole que quería charlar con él. Y con ese fin lo invitaba a beber unas cervezas en la Hacienda de Chinameca, Zapata aceptó y prometió concurrir a medio día junto con algunos de sus generales.

Inmediatamente el coronel dispuso la recepción que habría de hacerse al caudillo. Ordenó que unas fuerzas de 10 hombres le tributaran los honores correspondientes a su alto grado. Y en la habitación que le servía de alojamiento preparó una mesa, con botellas de cerveza y aguardiente.

Estaba Guajardo en aquella faena, cuando se presentaron los generales zapatistas, Castrejón y Amole, que se habían adelantado ya a su jefe. Los tres, como viejos amigos, se tomaron unas copas de aguardiente. El alcohol borró desconfianzas y se trataron cual si fueran camaradas. Se encontraban los tres en la tertulia, entregados al placer del alcohol, cuando un saludo paralizó el lugar, había llegado el General Emiliano Zapata.

Guajardo, Castrejón y Amole se levantaron y llegaron hasta las puertas del lugar. Desde allí vieron cómo se acercaba a la habitación Zapata junto con su secretario particular, Feliciano Palacios; su sobrino Maurillo, de su Estado Mayor, además de una escolta de 150 hombres.

La actitud de todos era sospechosa, todos estaban con las armas preparadas y se acercaban hacía ellos. Al verlos llegar, los 10 hombres que tributaban honores a Zapata y le presentaban sus armas, aleccionados y temiendo que “les madrugaran” decidieron precipitar los acontecimientos.

El guerrillero, al frente de los suyos, estaba cerca de la morada donde el coronel Guajardo le esperaba. Y de pronto, aquellos 10 hombres prepararon sus armas y se escuchó una descarga. El primero en caer fue Emiliano, herido por varias balas.

Los acompañantes del Caudillo del sur y su escolta se dispusieron a la defensa, así, de esa forma, inició el combate. La escolta al ver caer mortalmente herido al secretario particular, Palacios; al sobrino de Zapata y a varios del Estado Mayor, se batió en retirada y sus fuegos empezaron a combatir.

Los generales Castrejón y Amole sacaron sus pistolas, pero Guajardo alcanzó a tirarles las primeras balas, provocándoles la muerte. Al salir el coronel de la habitación, descubrió que el ejército zapatista ya se había retirado del lugar.

Esto ocurrió a las cuatro de la tarde, y Guajardo para evitar que el ejército del guerrillero agrario llegara a vengar la muerte de su líder, ordenó levantar el campo, hizo colocar, atravesado sobre un caballo, el cadáver de Zapata y se dirigió rumbo a Cuautla, a donde arribó a las 9:30 PM.

El general Pablo González fue avisado; acudió al lugar y, para que verificaran que se trataba de Emiliano, hizo llamar a un guerrillero zapatista, Jáuregui, jefe del Estado Mayor del revolucionario.

Ha muerto el Zapatismo

Luego de que el cadáver fuera inyectado para que durara más tiempo sin descomponerse, el cuerpo del evolucionario fue expuesto durante dos días al público en la plaza de Cuautla. Más de tres mil personas pudieron verlo, a la vez que afirmaban que se trataba del “Atila Suriano”.

Fue conducido a Tlaltizapán para ser inhumado en el monumento que allí hiciera erigir el propio Zapata para que guardaran los restos de los que suscribieron el Plan de Ayala, bandera del movimiento zapatista.

El corresponsal de El Universal así informó que con la muerte de El Caudillo del Sur, se extinguió el zapatismo. En Morelos, ya restaban pocos simpatizantes, y la mayor parte de sus habitantes protestaban su adhesión al gobierno.

Domingo 13 de abril de 1919. El cadáver de Emiliano Zapata fue sepultado en Cuautla, ayer a las cinco de la tarde

Aquel día así informó el periódico sobre la muerte de Zapata, una portada más detallando un hecho que impactó a la sociedad durante la época revolucionaria.

El 12 de abril de 1919 se ordenó fuera inhumado el cuerpo del guerrillero en el panteón de la ciudad de Cuautla; el sepelio se realizó a las 5:10 PM, a él asistió gran parte de los pobladores de Morelos.

Hasta esa hora el cadáver continuó expuesto al público, casi por 24 horas, miles de personas asistieron, incrédulas a la noticia de que el “Atila del Sur” había sido asesinado.

Cerca de las cinco de la tarde, de ese 12 de abril, se formó el cortejo que recorrió las calles que circundan la plaza principal de Cuautla para terminar en el panteón.

El féretro fue llevado en hombros por varios presos zapatistas. Detrás iban los generales Pablo González, Jesús Novoa y Pilar. R Sánchez. También formaban parte del cortejo fúnebre Antenor Sala, Juan Sarabia, los tenientes coroneles, Antonio L. Cano y Eutelio Hernández, además de algunos otros integrantes del cuerpo de coroneles del Sur.

Cerraba el cortejo una gran multitud, acompañando a tres mujeres, sobrinas de Emiliano Zapata: María Salazar, Francisca León y Daria Salazar. Cuentan fue una marcha silenciosa y triste. A su paso se abrieron todas las ventanas, las puertas y balcones, desde donde los pobladores observaban cómo se dirigía este caminar, triste y en duelo por el caudillo campesino de la Revolución Mexicana.

En la apacible ciudad de Cuautla se podían ver a vecinos callados, otros sorprendidos, y algunos más asomándose de sus casas con caras curiosas. Ocho prisioneros rebeldes que marchaban escoltados, penetraron a la pequeña plaza donde el cuerpo descompuesto ya, estaba listo para ser llevado al panteón

Frente al edificio, tres parientes de Zapata llegaron de un pueblo cercano, en luto, con llanto y con dudas sobre presidir el cortejo fúnebre. Ya acompañados de la gente de clase media, del general González y de otros jefes que hicieron campaña en Morelos, se realizó la marcha al panteón.

En un principio, muchas personas dudaban que el cuerpo traído por el coronel Jesús Guajardo fuera de Emiliano Zapata, pero al contemplarlo no soportaron ante esa noticia.

El féretro del guayabo

En las afueras del panteón de Cuautla, otra multitud esperaba la llegada del cuerpo de Zapata. El cadáver fue llevado a una fosa situada a la izquierda de la entrada de la necrópolis.

Al llegar el cortejo, allí arrodillada se encontraba una señora que derrababa un silencioso llanto. El féretro fue descendido por los enterradores. Y antes de que éstos tiraran la tierra sobre el ataúd, aquella mujer se irguió, tomó un puñado de tierra y lo arrojó sobre la caja. Después se retiró, enjuagándose con la punta de su rebozo las lágrimas.

Francisca Merino, prima del revolucionario se acercó al cadáver, recogió el paliacate que llevaba su pariente y lo cambió por una mascada de seda blanco.

La caja negra con dibujos blancos que guarda los restos del Caudillo del Sur poco a poco fue bajando; las personas que acudieron al panteón se subieron a las otras tumbas para presenciar la ceremonia.

Los golpes sordos del martillo que aseguran los clavos, así como las paladas de tierra que cayeron sobre el ataúd se escucharon en medio de un silencio profundo. Los hombres que condujeron a Zapata, exzapatistas, vieron con incredulidad el sepelio.

En el fondo, el general González y sus acompañantes estaban en el acto con bolas de naftalina en la nariz, porque el cadáver ya despedía olores de putrefacción, a pesar de los esfuerzos de los médicos militares.

El féretro quedó en el extremo norte del panteón, en la segunda hilera de mausoleos, en la primera clase e identificada porque a lado se ubicaba un guayabo que yergue su rolliza ramazón en el costado izquierdo de la cabecera de la tumba.

Así, finalizado el acto, todos regresaron al centro de la ciudad, unos silenciosos y otros más hablando sobre la figura de Zapata el antiguo sembrador y el célebre “Atila del Sur”.

Aquel pueblo que recibió la rebeldía zapatista pareció experimentar, dos horas después una calma profunda; muchos fueron a la plaza a escuchar un concierto de la Banda Militar y otros siguieron su rutina.

A los pocos días de su muerte, salió a la luz un secreto del que sólo estaba enterado su círculo más íntimo, y que hoy se ha convertido en leyenda, pues con él se logró confirmar, que quien fuera asesinado aquel 10 de abril de 1919, en realidad se trataba del Caudillo del Sur, que por cierto, decían su único vicio fueron las mujeres; su gente más cercana identificó el lunar ubicado debajo del lado derecho de su bigote, “Si esa seña tiene, seguro se trata de Emiliano Zapata”, aseguraban.